30 de octubre de 2012

Octubre


Suma de días, kilómetros y rutas distintas; desvíos inesperados. No tener la menor idea de quién era ella, y terminar siguiéndola por todo su recorrido porteño. La tarde de aquel miércoles en Malba donde viajamos, decididos, a los tiempos de Arturo; desciframos símbolos, y despejamos mitos. Me lo juré al salir: toda actividad sería interrumpida, hasta haber transitado por los tres encuentros. La duplicidad de caminos, la decisión, la pregunta, la no pregunta y su consecuencia. Epicentros.
Y cuánto cuesta salirnos de nuestros yo e interpelar, permitirnos ver y vernos. Porque de haberlo hecho el resultado hubiese sido otro. 
La noche en Palermo, en una Fundación a metros de casa, donde nos detuvo Jung y su libro rojo. La letra D, la E, las ilustraciones; los signos. Los dilemas.
Nada anticipaba para ese entonces la mañana mágica que sucedería a aquella noche, tan imprescindible como ardua. Porque por más que la ida de Saturno haya traído la pausa, los avatares no cesan. 
Nuestra segunda foto, cuando la primera tenía ya dos años y algunos meses. Nos habíamos conocido en aquel contexto donde los laberintos condujeron a la magia y al cambio, a tantos porvenires inesperados. 
Confirmar que también te inunda la claridad, el andar calmo. No, si no te eligió por nada...
Ya veníamos de un brindis muy especial, de una noche mágica del pasaje a esta reciente cifra, con la posibilidad de descubrir un nuevo Aleph, cuando todas las coordenadas coincidieron para que así fuese. Descubrirme bajo los eucaliptos de una noche muy arbolada y diáfana en su Adrogué. Magia y azar comulgaron. Con aquellos otorgamientos que nos da el don de la aceptación, cuando dejamos de culpar externos.
Y cedieron las demoras, hasta aquella del arribo de las primeras "letras de molde", desde la madre patria... Los textos que quiso la ventura o el destino, fuesen esos y no otros; coronando encuentros y celebrando por tanto de lo recibido. 
Pero tanto, y no era todo. Después de veinte años de aquella vez, cuando zambullirme en sus letras significó el hechizo y la fascinación, la conclusión de aquel camino. Su Ética para Amador fue eso y más, y pude contártelo. Descubrir otro rincón en el mundo. Sí, porque mi paisaje está lleno de rincones, de esquinas y lugares que hago míos.
No hace aún un mes, la suerte también quiso, que el río se enangostase una vez más, y a pesar de las lluvias plateadas se tratase de tres días de ensueño. Donde todo lo que fue debía ser, y por algo. Gracias, paisito, porque siempre estoy en casa... 
Para ese entonces faltaban treinta y cinco días para volver; hoy falta sólo una decena, y entonces un cuento me abrirá sus puertas. Muros que hablan. Historia para nada vacía...
Estaré ahí y me entrego a lo que el destino tenga escrito. Solo auguro estar bien despierta, porque es atentos como mejor vemos, y lo suficientemente distraída para que nada apremie, para perderme entre tus calles sin tiempo, dispuesta a todos tus acaso... 

24 de octubre de 2012

Los jueves, relato: de colores...

Se trata de ver y de mirar, de percepciones, de poder, porque no basta con querer. Porque a veces es nuestro mayor anhelo, y sin embargo no lo alcanzamos, olvidando cómo fue cuando de verdad fue. Cómo antes sí y ya no. Hoy no. No hay fórmula.
Entre lo mejor de lo vivido recuerdo los colores, casi tanto como sus músicas. Pero triunfan ellos, los tintes: el brillo en el aire, los paisajes de lavandas de mi sur, los violetas y anaranjados de los atardeceres en Arrayán, los crepúsculos descendiendo sobre el Nahuel, desde alguna ventana del Hotel Correntoso; el Paso del Córdoba regresando a casa...
Los días lilas y celestes en las tardes de Castex y Coronel Díaz, en aquellos años de una casa verde, tan verde como el atuendo que me acompañaba la primera vez que llegué; cuando el número de la entrada me anticipó el resultado. Era 2899, y yo tenía veintiocho años y corrían para ese entonces los meses previos al umbral del nuevo milenio. Los verdes de Juez del Valle: tu lugar en el mundo es verde.
Una mañana de amarillos, portadora de tanto después inesperado. Los sueños se cumplen...
Una gema lila, casi transparente, se quedó conmigo; la trajiste de tu Roma natal, cuando seis años nos separaban del último abrazo. Cuando se despedazó el alma, y sentí me evaporaría en llanto.
El Patio de los naranjos y, en tus brazos, un domingo de junio gris.
La tarde en Rincón que fue adiós, cuando aún vibraba en mi ser todo, la noche roja de un Séptimo cielo, y apenas bendecíamos haber llegado a aquel Balcón, iluminado por tus velas...
Y te veo en naranja. Siempre te vi naranja; desde que miraba el río, en la bajada del sol de los confines. Cuando ese mismo río que ya nos separaba, aunque lo ignorásemos, preludiaba el fin del día, y daba inicio a aquellas mañanas, que no por escasas, no permanecen intactas en el recuerdo. Porque la intensidad de lo vivido no tiene que ver con una duración en el tiempo.
Aquella alfombra azul que nos enlazó infinitas veces. Jugábamos en azules. Te amé y fui tuya en esa casa que hoy, aun cercana, ya todo lo calla; como si no hubiese sido verdad; como si jamás hubiera sido nuestra.Ya nada; no tiene nada por decirme. Y tampoco duele.
Y esta casa amarilla donde comulgaron almas tan lejanas, como suma y resultado de infinitas letras en juego. De tanta letra propia. De lo silencios que escribiste. De los interiores que ya no enmudecieron. De tu voz. Del color de tu voz...
De los grises y la lluvia de la mañana de domingo, que pudo ser la primera. Cuando resultó ineludible, inevitable. Urgente. 
Y también estoy allá. En Huilo Huilo. En medio de la magia de tus verdes, del agua que se reune transparente entre paredes de acantilados. 
Y allí, en mi Montevideo, en mi paisito del alma, donde el sol se calla con pereza, y la lluvia más plateada, no oculta tu naranja. 

                                                                                         Hay muchos más en casa de ellos

22 de octubre de 2012

Postergados


No quiero. No se puede, no debemos. Tolerancia, paciencia; desplazamientos. No vale la pena. 
No puedo esperar ni esperarte; esperarlos. Sólo depende de mí. Soy quien mejor se propicia las alegrías. Aquellas que no tienen que ver con vos, ni con nadie, ni con la situación, ni el tiempo determinado. Busco presentes perfectos, continuos. Las hipótesis demoran y defraudan.
Hablo de gozos y complacencias, de paladear el instante; su suma. Del ahora. Ni del antes, ni el después. 
Antaño ya partió, y nos dejó su compendio. Eso somos. Eso fuimos. Hoy toca ser: planear, ejecutar y terminar; pensamiento, palabra y acción. Utopías que nos permitan seguir caminando. Sueños materializados; ya. Aquí y ahora. Porque mañana es incierto y será subordinado a otras fases, a otras magias.Y quizás no abunde la ocasión. Y tal vez toque en esta época y no otra vez. 
Que la suma persista como experiencia. 
Somos nuestra praxis.Que no nos destruya el hábito, ni la costumbre.
Devastados; abatidos. Porque no se trata de suprimir, porque aflige y lastima. 
Somos patronos y propietarios; únicos responsables. De la demora, del retardo que sostiene y sobrevive en un mañana inverosímil. 
No me mientas, no encubras, no calles. No hay por qué. No hay infinitud que sostenga, solo la brevedad de lo fugaz. Encontraremos la excusa perfecta o la solución posible si de veras hay ganas, o nacerá la vacilación, sin omisiones. Pero es hoy, y no mañana o por si acaso. Y es hado y fortuna, pero también osadía sin artificios. De esa voluntad que no elige y espera, y contempla, y atempera; certeros de lo venidero. Pero no, no te detengas. Aún empantanados, vacilantes y confusos, es hoy. 

17 de octubre de 2012

Los jueves, relato: De libros...




El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada,¡ Cuántas cosas, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas!  Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos  ido.
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no hay una  luna que no sea espejo del pasado, Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días. Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra. 
Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. 
Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Si fue causa o causal; destino o azar. Innato o adquirido. Si los elegimos o nos eligen... 
Fundamento y motivo; uno o muchos. Razón para obrar. Determinante y definitivo. Categórico en palabras de Kant, que conocería mucho después en su Crítica de la Razón Pura. Aunque no se refiera quizás, a esta suerte de imperativo.
Era gordo y de tapas verdes. Él un viejito ciego que vivía a cuadras de casa sobre la calle Maipú. Nuestras ventanas miraban desde distintos ángulos la Plaza San Martín; mi plaza. Sabía que papá se juntaba a leer con él, si bien para ese entonces no entendía mucho el por qué; tiempo más tarde supe que juntos elegían los poemas a los que él les pondría voz, en la noche del Teatro San Martín.
Tenía muy poquitos años para comprender la profundidad y, sin embargo... la negación de la felicidad de modo definitivo, y en ella el goce; la soledad irremediable, el abandono, las esquinas del sur, la ajada violeta entre las páginas de un libro, las cosas que nos trascienden, no se movieron ni cambiaron, y siguen aún hoy habiendo transitado casi toda su obra, siendo mis elegidos.
Sin embargo podría hablar de la magia en la simpleza, del himno al acto más polémico, al hecho de elegir el destino final: Moriré y conmigo la suma del intolerable universo. Estoy mirando el último poniente. Oigo el último pájaro. Lego la nada a nadie.
O su tributo a mi lugar en el mundo, Montevideo: Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive. Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente. Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve. Ciudad que se oye como un verso. Calles con luz de patio.
Si tengo que elegir un libro suyo ese es El libro de arena, un cuento "25 de agosto de 1983" que me traslada a esa habitación del Hotel Las Delicias de Adrogué: "En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas. De algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptos y en el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el Paraíso. Estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas, una falsa ruina, una cancha de tenis. Y luego, en ese mismo hotel "Las Delicias", un gran salón de espejos. Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos. Muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué; he pensado en esta ciudad, no es necesario que la nombre"; un poema "1964" y "Las cosas", y de ahí el gran epígrafe.
Es tal el compromiso y la certeza de lo definitivo, que en la noche del sábado trece para el catorce, con motivo de mi último onomástico, elegí recibir el nuevo año en El Sur de Dalhmannen el Almacén Santa Rita. Fue magia: las guitarras que sumaron a Piazzola, el vino El Aleph; lo especial de todo...
Y para que el día catorce no perdiese su estrellato, una tarde de domingo en Villa Ocampo, la casa de Victoria, donde la emoción no cesa al hallarme entre Roger Caillois, Drieu La Rochelle... y se me hace presente el éxtasis de la muestra que hace un año en otra casa de Victoria en Palermo Chico: La Gallimard, me transportó a otros tiempos, a otros planos, entre manuscritos de Camus, entre los primeros relatos de Cortázar y Borges en Francia (gracias al mismísimo Caillois); los programas de La Pleiade y tanto más.
Si hubo un libro clave ese fue L´etranger de Camus. Muchos pero muchos años más tarde mi absoluto respeto ante Cunningham por "Las horas", y el éxtasis hasta las lágrimas en "Anima Mundi" de Susanna Tamaro.

14 de octubre de 2012

Convocatoria de jueves: De libros...



                                                                     El recuerdo que deja un libro  
es más importante que el libro mismo
                                                                                                                                                                          Gustavo Adolfo Bécquer.



Quisiera que me cuenten de aquel primer libro, o de aquel otro que, sin ser el primero, fue el que nos dejó marcados para siempre; el que el tiempo quizás modificó en la memoria, pero continúa siendo "nuestro elegido". 
El olor a papel y a tinta de un libro nuevo, o esos por los que hurgamos entre tiendas de usados buscando marcas, huellas de otros tiempos. 
Aquella narración, los protagonistas que supimos imaginar; ese cuento, que no fue una historia más, sino "la" historia. O por qué no las historias...
Por otra parte les dejo este cuento de Clarice Lispector, Felicidad Clandestina, que nos habla mucho de ese sentimiento que busco invocar, y los espero con sus links el próximo jueves.
No les dejo una foto en particular, sino este epígrafe, porque prefiero optar porque cada uno de ustedes se identifique con la propia. Un abrazo.


Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.


Los libros de ellos:

11 de octubre de 2012

Los jueves, relato: el téléfono

Su timbre me anticipó siempre, quién habría del otro lado. Para ese entonces eran voces, hoy muchas veces son palabras escritas, mensajes que perpetúan, que aferran, dicen de nosotros y también detienen.
Era noviembre. Veintitrés. 1999. La mañana de sol me tenía en casa en la previa a aquel coloquio de la universidad perugina. El lunes marcaría el fin de una etapa. Del esfuerzo progresivo y constante. La previa siempre fue lo más difícil de sobrellevar. Hoy ya aprendimos, o estamos en eso...
Por fin también, llegaba a la meta; sin abandonarme en los desvíos. 

- Rossina. Soy María. La esposa de tu tío Antonio.
- María! Tanto tiempo ¿Cómo estás? Qué alegría enorme.

Doce años nos separaban. Recordaba perfectamente que el último encuentro cara a cara había sido en el velatorio de papá. Sí. Porque al entierro no llegamos. Fue tanto el incordio, que no llegamos. 
Se vislumbraba algo que más tarde se volvería, destino causal. Los muertos entierran a sus muertos, supieron decirme desde muy lejos. Cuando no hallaba consuelo en haberlo sabido dos días más tarde. Sí, de vos y más tarde de vos también. Preferible pensarlo como karma.

- Me emociona que me recibas así. Ignoraba cuál podía ser tu reacción después de tanto tiempo.
- María! Cuál iba a ser... Tengo el mejor recuerdo de ustedes. Jamás entendí el por qué de la distancia. ¿Cómo están mis primas?
- Te llamamos porque hoy a la noche en una cantina de la Boca, Antonio festeja sus ochenta años. Tus primas le tienen preparada una sorpresa. Le han editado tantos años de escritura silenciosa. Querríamos que estés ahí.
- María. Una pregunta... El jueves en una reunión de amigos de amigos, conocí una chica de Luján que me dijo que yo tenía un hermano. Otro. Que se llama Jorge. Como Jota. Como el de toda la vida... Que es hermoso. Que me lleva cinco años...
- Ese es un tema que deberías hablar con Antonio.

La voz de Antonio y la respuesta de María confirmaron aquel dato.

- Él también quiere conocerte. Un poco mi llamado era para contarte eso. Venite esta noche, él va a estar.

Le supliqué te dijera, que me llamaras esa misma tarde. Al cumpleaños no iría. No sólo porque ibas a estar ahí y prefería conocerte de otra manera, sino porque el coloquio lo ameritaba. Había sido mucho el esfuerzo por no claudicar, y emociones semejantes: verlos a ellos después de doce años, conocer a mi segundo hermano casi transcurridas tres décadas, habiéndome enterado ese día de su existencia; me pareció mucho.
No obstante haber permanecido en casa, no cesé de llamar. Uno a uno. Quería contarlo a todos. Fui muy feliz.
A la noche sonó el teléfono, y supe que serías vos. Una voz afónica, un poco por la tarde en la Bombonera, por la emoción del festejo, por la incertidumbre quizás. El no saber con quién, con qué te encontrarías del otro lado.
Fueron tres horas. Y así los siete días siguientes. Hasta que fijamos el encuentro. Hasta que comprobamos lo que ya sabíamos. No sólo seríamos hermanos. Éramos dos mitades. Almas pares. Nos elegíamos.
Los ocho años que duró nuestro encuentro fue eso; comunión. Complicidad. Intuir todas y cada una de tus respuestas. Todo encuentro fue un brindis. Mi mejor compañía. Estarás para siempre entre lo mejor de lo vivido. 
Otra voz en un teléfono, anticipó la decisión irreversible; terminante. Tu último llamado había sido un par de meses antes...

- Voy a estar amotinado, hermanita. Creo que me vengo equivocando mucho con mucha gente. Lo necesito para volver a ver con claridad. Te prometo que el 08 se viene de disfrute sí o sí.

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